Bueno, pues ya está tomada la decisión, la has estado rumiando durante meses, años incluso, y no ha sido fácil, desde luego que no, porque nada va a ser lo mismo. Sabes que no va a ser lo mismo porque por mucho que se consigan los mismos ingredientes, y que utilices la misma receta, no van a saber igual las hallacas, ni van a tener la misma textura las arepas, ni el relleno de las empanadas va a despertar en tu paladar las mismas sensaciones.
Sabes que las cervezas estarán frías, pero que en cada trago, vas a buscar en el fondo del vaso ese sabor a Polar que no consigues encontrar y que vas a echar de menos el sonido de la Billo´s Caracas Boys que sale de una ventana acomodándose en tu oído con el contoneo suave de la cumbia… nada será igual, pero hay que irse.
Hay que irse, porque ya no puedes garantizar la seguridad de los tuyos, porque el crimen, los robos, las amenazas aumentan cada día, y crece la sensación de que “los malos” campan a sus anchas con el consentimiento de los que deben protegerte, pero miran hacia otro lado, mientras extienden la mano para recibir el soborno que les enriquece a la vez que los envilece. Sabes que hay que irse, porque en el barro del arroyo han quedado tus sueños de un futuro legalmente garantizado para tus hijos, y eso, eso es innegociable. Hay que irse. Hay que hacer la maleta, y no es tarea fácil.
Hay muchas cosas que meter dentro, y otras tantas que dejar fuera, y se trata de escoger, y te agobian los recuerdos que no caben en los rincones de la maleta y que pliegas con cuidado en tu memoria. Y te acuerdas del abuelo, que en sus últimos años, allá en Caracas, con el Waraira Repano a sus espaldas, te hablaba de unos desconocidos Montes de Anaga que para nada te eran familiares, pero que el recordaba con lágrimas en los ojos, y que ahora, tantos años después son el telón de fondo de tu nueva vida. Y empiezas por meter dentro de la maleta tu certificado de nacimiento, y el de tu abuelo y el de tus padres, esos certificados donde aparece una Santa Cruz de un Tenerife que no te suena de nada, pero que has hecho legalizar, y que tu abogada de Tenerife te ha dicho que son necesarios, y se lo mandas todo a su oficina, y rellenas impresos, y firmas solicitudes, para luego decirte que esperes unos días, que ya la maquinaria legal se ha puesto en marcha, pero es una marcha que a ti te parece lenta, y crees que nadie hace nada, pero allá dentro, en las entrañas de la maquinaria, los duendes de los papeles legales se ponen a trabajar, y revisan documentos, comprueban fechas, certifican sellos y comprueban firmas, y poco a poco, la magia del sistema se hace realidad en un documento que certifica que puedes andar libremente por las calles, con tu residencia legal en un bolsillo y tus sueños en el otro, y claro está esta suerte es relativa, y no todos tienen un abuelo en Canarias.
Porque había que irse, y te fuiste, y cuando el ala del avión te dejó ver esas islas allá debajo, no imaginaste que empezaba otro viaje, el interior, el del reencuentro contigo mismo, con tus raíces y con tus recuerdos, y que a la vez empezabas a andar por la senda del respeto a las leyes, de las garantías constitucionales, del futuro legalmente consolidado. Una senda que recorre un país donde el policía que te para y te pide “los papeles” lo hace con respeto, y revisa tus documentos, que son legales, y en ese momento te acuerdas de tu abogado, y de tu abuelo, y de los duendes de los papeles… y das gracias por encontrarte en ese momento en ese lugar, tan lejos de casa, pero tan cerca a la vez, caminando legalmente en una tierra que no es la tuya… ¿o tal vez sí? Y te das cuenta de que nuevas raíces van saliendo de tus plantas, y se meten en el duro suelo de piedra de volcán, y se agarran con la fuerza de unas leyes que te permiten enfrentar el día a día con la seguridad de que tus derechos no van a ser pisoteados, que tus hijos no van a ser extorsionados, que los jueces velarán por ti con la ley en la mano, no con un sobre lleno de dinero del mejor postor.
Fue entonces cuando viste el mundo con ese color nuevo, y sentiste que al aire olía distinto, pero era igual, y que la Polar que buscabas, sabe a Dorada, que las arepas pueden ser de gofio y que el Waraira se esconde detrás de Anaga y el Teide te acoge con cariño asentado sobre el sólido basamento de unas leyes que te protegen, y sacas entonces de tu maleta tus recuerdos que empiezan a ser uno con las nuevas experiencias, y tu vieja foto de la cédula se mira con sorpresa sin reconocerse del todo en el nuevo pasaporte de otro país que también es el tuyo, donde otro tú, el mismo, pero diferente, comienza a abrirse paso en ese Nuevo Viejo Mundo que te contaba el abuelo, donde Ley, Justicia y Esperanza, son palabras que se conjugan en tiempo presente, en primera persona del singular, y puedes decir entonces: Yo soy emigrante, soy una persona legal, y soy feliz, aquí y ahora.
Albania Oyarzun