Me contaba mi madre cuando era pequeño, que el día que yo nací fue una de las pocas veces que vio llorar a mi padre. Fue allá en Maracaibo, en 1972 (Por Dios, cuánto hace de eso ya). Fui el primero de dos hermanos, y según mi madre, el viejo se le dijo: ¡Vaya hijo tan hermoso que me has dado! y se emocionó tanto que le llegaron las lágrimas al negrísimo bigote que le adornaba el labio superior y con el que me hacía cosquillas al besarme de bebé. Luego vino mi hermana, y fue un poco más de lo mismo, pero mi madre siempre me ha dicho que yo era el preferido del viejo. Estoy seguro que a mis espaldas le dice lo mismo a mi hermana, cosas de madre.
Dice la vieja que papá lloró como un niño cuando en el 95 nos fuimos, primero mi hermana, y luego yo, camino de estas Islas Canarias que nos ofrecían acogida. Mi hermana se quedó a vivir aquí después de terminar sus estudios de Arquitectura en Madrid, enamorada del clima y de las playas, del deje canario al hablar y del ritmo de la vida. Yo vine a visitarla unos días de vacaciones, y me quedé, enamorado también de estas islas, pero sobre todo de los ojos negros de Dácil, la que hoy es mi esposa.
Me cuenta que lloraban los dos, a escondidas, cada vez que íbamos de visita, porque lloraban de alegría al vernos, y a escondidas de pena cuando nos marchábamos, pero que lo aceptaban porque entendían que estábamos abriéndonos camino por la vida, aunque su ilusión era poder estar juntos todos otra vez, la familia reunida definitivamente.
Dice mi madre que lloraron ambos, ella y el viejo como niños, el día que me casé, porque no pudieron venir por problemas de salud, pero brindamos por ellos, y al teléfono escucharon ese ¡Que vivan los padres del novio! que me hubiese gustado compartir con ellos porque ya están viejos, y ahora el que sufre soy yo, porque han pasado los años y viene al mundo mi primer hijo, y Dácil está en la sala de partos, y yo traté de que viniesen los viejos, pero no pudo ser, papá tenía negocios urgentes, mamá está delicada de salud, y para colmo de males, el padre de Dácil está de viaje hace unos días, en Cartagena, con una delegación empresarial me ha dicho, a ver si puede cruzar la frontera de un saltito, acercarse a casa y ver a los viejos.
Y ahora el que llora soy yo, en Hospiten Rambla con mi hijo en brazos, cuando a mis espaldas se me acerca alguien, y haciéndome cosquillas con un bigote ya canoso, me dice: ¡Vaya nieto más hermoso me has dado!
Y es entonces que me entero que Dácil y sus padres, y los míos se pusieron de acuerdo hace meses, y que el padre de Dácil no estaba en Cartagena, sino en Maracaibo, y que con ayuda de mi abogado han preparado todo, han legalizado documentos, han buscado certificaciones, han hecho todo para que mis padres puedan venir sin problemas legales, y han iniciado los trámites para solicitar una reagrupación familiar, ahora sólo falta mi firma en todos los papeles, y tomarnos esa foto, claro que sí, de la familia completa.