Vinimos por primera vez en 2012, era Diciembre y aunque la crisis se hacía sentir con fuerza en las dos orillas del Atlántico, nos decidimos a venir unos días de vacaciones a Tenerife desde nuestra Venezuela natal.
Aquí vivían hace años unos primos de mi madre, que nos habían dicho en reiteradas ocasiones lo confortable que era esta tierra, donde a pesar de la crisis, se podía vivir con dignidad, y que el clima, la gente y el entorno en general eran acogedores. Así que hicimos las maletas, sacamos los pasajes, y nos vinimos, a “partir el año” como dicen aquí con nuestra familia.
La verdad es que Tenerife nos enamoró, a todos, porque si bien mi esposa y yo lo pasamos bien, mis dos hijos se quedaron alucinados con las playas (nosotros vivimos en San Cristóbal, y la playa queda lejos, muy lejos) con el mar siempre presente, con la normalidad con que se vive aquí.
Al final de las vacaciones, decidimos empezar a hablar con nuestra familia de aquí acerca de la idea de venirnos definitivamente, y así fue tomando cuerpo el proyecto. Comenzamos a transferir dinero en la medida de nuestras posibilidades, que iba a parar a una cuenta en fideicomiso aquí regentada por el primo de mi madre, con el fin de fundar una empresa importadora que al final vio la luz a principios del verano de 2013.
Desde entonces, empezamos a preparar el viaje definitivo, vendimos todo lo que pudimos en San Cristóbal, menos la hacienda de mis abuelos, que sigue en nuestras manos, y comenzamos los diversos movimientos de dinero, personal y todo el lío que conlleva cambiar de país. Desafortunadamente, no le hicimos caso a los amigos que nos aconsejaron contratar un despacho de abogados en Tenerife que velase de alguna manera por nuestros intereses, y nos confiamos en los lazos de sangre que presumíamos eran más fuertes que un contrato mercantil.
El tiempo nos demostró que esos lazos se podían cortar con el filo de un talonario, y cuando llegamos definitivamente en Agosto de 2014, nos encontramos un estado de cosas inimaginable: estadillos de cuenta incomprensibles, balances de ingresos y pérdidas descompensados, falta de información… y l peor de todo, la falta de apoyo y de respaldo de nuestra familia, la sangre de nuestra sangre, que nos ha dado la espalda y se niega a rendir informes.
Por suerte, mi esposa (intuición femenina o lo que sea) contactó desde Venezuela con un despacho de abogados especializado en estos temas, y han sido ellos los que nos han encaminado de nuevo todo, los que han pedido informes periciales, requerimientos notariales, y todo lo necesario para salvaguardar nuestros intereses. Ahora empezamos a ver la luz.
Por suerte, hay cosas que no han cambiado, nuestro amor por esta tierra que nos ha acogido, la confianza en el futuro y ese mar que sigue encandilando a mis hijos.
Albania Oyarzun