Manuel se desespera, se come los puños y calla, pero la angustia se le asoma a la comisura de los ojos, se le desborda en lágrimas que le recorren las mejillas sin afeitar, Manuel llora callado, con el dolor del padre, del esposo, del hijo, y recuerda.
Recuerda que hace casi cinco años vino de su natal Maracay, vía Caracas, en un vuelo regular, con una maleta pequeña con tres mudas de ropa y varios kilos de ilusiones.
Manuel estuvo unos años como “ilegal” sobreviviendo de aquí, sacando un poco de allá, siempre con la añoranza de lo suyo, de los suyos que se quedaron allá, al otro lado de ese Atlántico cruel que les separaba. Fueron años de penuria, porque ya “la crisis” asomaba los colmillos, más crueles si cabe en la lobreguez del que no tiene derechos.
Al final pudo regularizarse, y hacer venir a su familia, ya Estrella y los niños estaban a su lado, y la pobreza, aunque seguía adivinándose en la lejanía, era, eso, un espectro lejano, había trabajo, y los niños podían ir al colegio, y aprender cosas de un mundo nuevo para todos y cercano ahora. Y tenía su Tarjeta de residencia, primero por un año, “y eso se renueva solo cada año, lo único que tienes que hacer es llevar el contrato de trabajo y te la renuevan.”
Lo único, decían…
Como si fuera tan fácil.
Ahora Manuel sabe que se complica todo, porque ya no tiene trabajo, ni contrato que llevar, ni manera de sostener a los suyos, y dentro de poco, dentro de muy poco, no tendrá tampoco cómo renovar su Residencia.
Y es entonces que Manuel se reconcome el alma, y se desespera, porque sabe que volver no es una opción, pero quedarse tampoco. Porque las leyes lo golpean con saña, y sin trabajo no puede garantizar asistencia social a los suyos, ni médicos, ni medicinas.
Porque sin trabajo, ni medios de vida, no puede pagar el comedor de los niños, ni los libros, ni las actividades del colegio, y no sabe qué decirles cuando le miran a los ojos.
Manuel empieza a perder la cabeza, hasta que siente en su hombro la mano suave de Estrella, su soporte, su guía, su ilusión, y siente que le susurra al oído que no hay nada perdido mientras no se pierdan las ganas de luchar, y que una amiga le ha dado un número de unos abogados que pueden echarle una mano, y que los ha llamado, y han quedado en ir a verlos, y que la chica, que sonaba amable por el teléfono, le dijo que ya verían como se pagaba todo.
Y Manuel se traga las lágrimas, y piensa que al final, tal vez, haya una luz al final del túnel, y se levanta, y coge la mano de Estrellita y la besa…
Albania Oyarzun.