Doña Clara ya no sabe qué hacer. Empieza a desesperarse y la angustia, la tristeza y un pesar enorme le corroe el alma, le pesa dentro y la arrastra hacia abajo.
Hace ya años que, tras la muerte de su esposo Leandro en una manifestación en Caracas, de un tiro que salió de no se supo donde y se lo llevó por delante, decidió que no quería que Esther, su hija de veintipocos años, siguiera viviendo en ese mundo, donde no sabía si al salir de la Universidad, unos matones del Gobierno o quien fuera, creyese que era una “contrarrevolucionaria” y la maltratase o algo peor.
Así entonces, con dolor de su alma, pero pensando en “la niña” pidió prestado, reclamó favores, trabajó duro y logró pagarle un billete de ida a “la niña” a Canarias, donde vivían unos primos de su querido Leandro que la acogieron y le pusieron en manos de un despacho de abogados que le ayudó con los trámites de la residencia, o como decía ella, “con el papeleo”.
Trabajo, o como decía ella, sangre, sudor y lágrimas le costó que Esther pudiera seguir sus estudios en Tenerife, en un sitio que a ella le sonaba a agua, porque se llama “La Laguna”, pero donde Esthercita sacó adelante su carrera, y se graduó de una cosa que a Clara le parecía cosa de magia porque no sabía lo que era la Geología hasta que Esther, en un visita a Caracas, ya graduada, le contó que era cosa de conocer las piedras, y saber encontrar las riquezas del suelo, y meterse en las entrañas de la Tierra a descubrir sus secretos.
Las entrañas, esas que se le hacen un nudo ahora, porque hace meses que Esther le dio la gran noticia, después de un par de años de feliz matrimonio con José Antonio (una monada de niño, canario y con un corazón de oro, decía Clara a sus amigas) iban a hacerla abuela… abuela, al fin, un nieto, o nieta, le daba lo mismo, sangre de su sangre, y un recuerdo de su Leandro…
No veía el momento de cogerlo en brazos, acunarlo y cantarle nanas de la tierra de sus abuelos para que recordase siempre de dónde venía la mitad de sus raíces. Acompañar a su hija en el momento del parto, aconsejarla como hizo su madre con ella… y ahora todo se iba por tierra, nunca mejor dicho, porque las recientes medidas del gobierno han hecho que conseguir un billete de avión sea tarea poco menos que imposible, y no digamos ya nada de llevarle algo de dinero ahorrado, aunque sea poco, para un regalo al nieto, y no poder acunarlo… y las lágrimas corren por los surcos de la cara de una madre y casi abuela que no sabe qué hacer.
Hasta que una llamada desde Tenerife le devuelve la sonrisa, son los abogados de su hija, que la llaman, y le dicen que no se preocupe, que están en conversaciones con la Cruz Roja, y que están moviendo los hilos en el Consulado, y entre las agrupaciones de emigrantes, removiendo cielo y tierra, para que ella pueda, finalmente, cruzar ese cielo que le separa de la tierra donde dará el primer beso de abuela a su nieto, cuando nazca.
Albania Oyarzun.