Mientras el avión de Iberia carretea, y toma velocidad, las luces de la pista comienzan a pasar cada vez más rápido, y el paisaje cercano empieza a disolverse por la velocidad, como se difumina el futuro inmediato de José Luis, sentado en el asiento de la ventanilla, mientras junto a él dos jóvenes agentes del Cuerpo Nacional de Policía se preparan para lo que saben es un viaje largo.
Lo que no saben son los detalles, los retazos de la vida de José Luis que se van consumiendo como el combustible del Airbus, poco a poco, pero de manera inexorable. Por eso, uno de ellos se revuelve en el asiento, y le pregunta, se interesa, dejando ver una fibra humana debajo del impoluto uniforme.
Y José Luis le cuenta que hace ya 10 años que se vino en un vuelo como ése desde su nativa Venezuela.
En realidad, no sabía si iba a quedarse o sería cosa de unos días, pero la realidad de las Islas, el clima acogedor, la gente simpática, el ambiente de seguridad, de tranquilidad, le llenaron el pecho de felicidad y la cabeza de ideas, y decidió quedarse.
No quiso tomar el camino largo, el de los trámites, las solicitudes, los requerimientos… prefirió un buen día no tomar el avión de vuelta, y como él decía, hacerse invisible.
Porque el inmigrante ilegal, es invisible, dice, los empresarios no lo ven, sólo ven mano de obra barata y sin derechos, y los inspectores de trabajo cuando van a la empresa pasan a su lado sin hacer preguntas, y en todas partes es así.
Bueno, en todas partes no, porque un buen día se vio reflejado en unos ojos profundos de mujer que lo llenaron de gozo, y la vida tomó otro color, y todo parecía diferente si Mariela le tomaba de la mano, y le llevaba a conocer esos rincones de su isla que no conocían más que los que han nacido allí, y el amor fue creciendo, pese a los miedos de José Luis y a sus dudas, y al final ese amor creció y se hizo real en la sonrisa de la pequeña Alba, su hija. Bien es cierto que su miedo a su estado ilegal le impidió acudir a un Juzgado, y casarse como querían, y un triste golpe del azar hizo que en un control rutinario lo detectasen, y en menos de 48 horas, el expediente de expulsión estaba terminado, y José Luis sentado en la butaca del Airbus recuerda, y sufre.
Y es entonces que el joven policía a su lado le sonríe, y le habla de su propio hijo, de la edad de Albita, y se muestran fotos con el orgullo común y atávico del padre que se reconoce en su hijo, y se estrecha un lazo que va más allá de uniformes o de nacionalidades. Son dos padres que se entienden, y el joven policía le dice que no se preocupe, que él le garantiza que en cuanto regrese a Tenerife, va a ir a ver a Mariela, y a contarle como ha ido todo, y que cuidará de ambas hasta que José Luis pueda regresar, pues en España la ley es dura, pero es justa, y da segundas oportunidades.
Y ya José Luis no está tan triste, porque ve, por la ventanilla del avión, un rayito de esperanza.
Albania Oyarzun.