A Evaristo nadie lo llama por su nombre, todos en el barrio le conocen como El Chamo. Cuando vino a Tenerife de su natal Venezuela, era uno más de los emigrantes que regresaban, de una manera u otra a la tierra de sus raíces.
En 1937, en medio de una situación terrible en una España devastada por la guerra civil y en una Europa las puertas de la II Guerra Mundial, su padre, entonces un joven soltero, decidió cambiar de aires, buscando nuevos horizontes.
Y vaya si encontró horizontes, amplios, enormes, mirase donde mirase, millas y millas de fértil tierra se abría a su vista, pero nada le hizo olvidar las escarpadas laderas de las montañas de su Tenerife natal.
Y en la distancia, el padre de Evaristo sentía dolor, por su patria lejana, por sus paisanos que sufrían, y cuando Evaristo era un niño no pocas veces le vio llorar a escondidas, sufriendo en silencio por los suyo, por los suyos lejanos.
Y ahora, con casi 80 años, es Evaristo el que sufre, y se esconde por los rincones a secar unas lágrimas que le comen por dentro, porque aunque ha vuelto a la tierra de su padre, la angustia le corroe el alma.
Cuando Evaristo, El Chamo, vino desde Venezuela, allá por la década de los 70, era un hombre en la flor de la vida, con 40 años a las espaldas y un sueño por cumplir: regresar a Tenerife, y dar un poco de esfuerzo para ayudar a echar adelante una tierra que de algún modo era suya. Y lo consiguió, a base de trabajar duro, y de mucho esfuerzo, logró abrirse camino y prosperar, como prosperaba, mal que bien, esa Venezuela que dejó atrás.
Pero hace ya tiempo que el Chamo no reconoce ese país que dejó al otro lado del Atlántico aunque sigue llevándolo en el alma. Ve las noticias, y no encuentra caras sonrientes, ni esperanza en las miradas, ve sólo rencores, odios, desesperanzas y una tristeza infinita.
Y es esa la tristeza que se le mete dentro, y la que no quiere que sus nietos vean, pero que no le abandona, porque Venezuela es suya, es su casa, es su vida, y nada de lo que sucede allá, por lejano que parezca, deja de calarle hondo, allá dentro en ese rinconcito del pecho en el que el viejo reloj de su corazón marca con angustia al tic tac del tiempo que se le escapa al Chamo, que se le escapa a su tierra de origen para recobrar esa alegría vital que Evaristo, el Chamo, tanto echa de menos.