Siempre he escuchado decir que es espacio de un cuerpo está limitado por sus formas, y que más allá de los límites físicos que lo componen, no hay cabida para nada más, pues el espacio interior de ese cuerpo es finito. Pero a la hora de formular esa definición, científica y sesuda, no se tuvo en cuenta al inmigrante
Da igual si es una maleta con el logotipo de una conocida firma de moda, a juego con el neceser y el bolso de mano, o si es un humilde macuto de mochilero, el equipaje del emigrante, tiene una capacidad infinita.
Porque puestos a empaquetar, hay que ir metiendo dentro infinidad de cosas que no puedes dejar atrás, porque son años y años de trabajar duro, de labrarte un camino a fuerza de callos, de horas sin dormir, de sudor y de lágrimas, y ese presente económico y social que ahora disfruta el emigrante hay que liquidarlo, venderlo al mejor postor, que casi siempre es el peor pagador, liquidarlo de cualquier manera y meter los retazos de esos años de trabajo como se pueda en la maleta, cosidos malamente los retazos con los hilos del recuerdo de la primera inversión, el primer crédito, la primera compra con vistas al futuro.
Y ahora ese futuro no se sabe lo que es, lo que será o lo que no será, y hay que meter en la maleta mil y un miedos a lo desconocido, porque nada se teme más que lo que no sabemos lo que es a ciencia cierta, y esos miedos son enormes, porque ya no es un chaval nuestro emigrante, y sabe que pronto, en mucho sitios será poco más que “ese viejo que vino de uno de esos países de pallá”, dicho así con un poco de desprecio y un mucho de compasión no pedida ni deseada.
Y junto con los miedos, hay que hacerle sitio a los resquemores por lo que deja detrás, a los rencores hacia aquellos que le han quitado las ganas de seguir luchando por sacar adelante la tierra que lo vio nacer y crecer, y el desprecio a los que le llaman traidor, vendepatrias y cobarde desde la seguridad de su trinchera de componendas políticas.
A todo eso hay que hacerle sitio, y se le acaba la maleta. Pero de pronto le viene una idea nueva que le da fuerzas, lo consuela y lo anima, lo reconforta y le aúpa, pues comprende. Entonces lo saca todo fuera, sacude a fondo la maleta, saca todo lo negativo del interior y empieza a meter las ilusiones de un nuevo comienzo que le permita demostrar su valía, y el deseo de enraizarse en otro suelo que le haga sentirse en casa.
Entonces la añoranza por los olores, los sabores y los sonidos que deja atrás sale, para dejar sitio a la expectación por un mundo nuevo que descubrir, de la mano de los suyos.