Cuando emigras siempre tienes en mente que “ellos” no son como tú, que tienen tradiciones diferentes, recuerdos distintos, que piensan, sienten y padecen de una manera diferente.
Por eso te preguntas ¿cómo van a recibirme? ¿Qué tengo que hacer para que me acepten?
La cuestión no es lo que tienes que hacer, amigo mío, la cuestión es lo que NO tienes que hacer para que te acepten tal y como eres, sin dejar de ser tú pero pensando en ser uno más de ellos a la vez. Se trata de que veas a los demás como aliados en la supervivencia social y dejes de verlos como una amenaza.
Por definición, el ser humano teme lo que desconoce. Todo lo que no es “uno de nosotros” es “de los otros, de los distintos” y lo que no nos paramos a pensar es que justamente, ellos, nosotros, todos somos lo mismo.
No hay que buscar mantener a ultranza un perfil 100% emigrante. No hay más que ver esos grupos cerrados que se visitan entre ellos, comen lo de siempre, ven los mismo programas de siempre y hablan de lo mismo, entre ellos, sin explorar el mundo nuevo que el destino ha puesto ante ellos. Es triste salir de tu tierra, y el corazón te pide mantener tus orígenes, pero no olvides que esos los llevarás siempre en el corazón. No te abandonarán, aunque comas papas con mojo en vez de cachapas de vez en cuando
Tampoco hay que ser uno de los del otro extremo, que se desarraigan de sus orígenes y empiezan a vestir, a hablar, a comportarse y hasta a ser una persona distinta. Tu estirpe, tus antepasados no dejaron de ser lo que eran, fuesen taínos o castellanos viejos, caribes o ingleses emigrantes.
No tengo claro cuál de los dos extremos es peor, si el que se queda en una cápsula atemporal, o el que rompe con todo.
Llevo muchos años fuera de mi tierra natal, pero creo haberme adaptado a medio camino. Me relaciono con gente de los más diversos orígenes, venezolanos, cubanos, argentinos, latinos como yo, sí, pero también con canarios, sevillanos, madrileños y asturianos. TODOS tienen algo que enseñarme, de todos ellos aprendo, de todos obtengo mucho más, espiritualmente, que lo que yo jamás, por mí misma podría haber conseguido en solitario.
Por eso ahora, cuando echo la mirada atrás, veo que la cuestión ha dejado de ser un vano enfrentamiento entre “ellos y yo” porque ahora, gracias a la experiencia, ya somos “nosotros”.
Gracias a todos, a los de allá que me dieron las herramientas para la convivencia, y a los de aquí que me aceptaron tal como soy.
Albania Oyarzún.
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