En la edición del año 2017, el diccionario de la Real Academia Española incluyo el neologismo “Aporofobia”. El significado básico de la palabra, es rechazo al pobre. Originalmente, el término fue ideado por la catedrática, escritora y ganadora de numerosos premios y reconocimientos Adela Cortina. Progresivamente, el uso de este concepto fue ganando terreno dentro del ambiente académico y de las ciencias sociales, especialmente en las discusiones en torno a la ética y la democracia.
La aparición de esta nueva palabra ha servido para generar un debate sobre formas de segregación que suelen enmascararse con denominaciones técnicamente erradas. La xenofobia es una de estas máscaras. Basta observar la realidad con ojos bien abiertos, para percatarnos de que el trato dado al extranjero pobre, es distinto al que recibe el extranjero que integra las capas sociales económicamente acomodadas.
La magnitud del problema trasciende al plano de los modos, costumbres y prejuicios de la gente que no se considera pobre. Al darle un vistazo al sistema legal de cualquier país occidental, encontraremos un marco jurídico que otorga beneficios y ventajas a las personas adineradas, excluyendo a quienes solo poseen la fuerza y la voluntad para trabajar. El derecho de extranjería no es la excepción.
Otro de los ámbitos que debe ser observado para hacer un análisis real del virus aporofóbico, es el contenido de los medios de comunicación: La mayoría de los films y series de tv están protagonizados por personajes exitosos económicamente, mientras que los pobres solo aparecen asumiendo roles negativos.
Si hablamos de los noticieros, es típico que las personas de escasos recursos solo sean noticia cuando cierran las calles para exigir el respeto de sus derechos o cuando ejecutan crímenes de impacto. Comparativamente, los escándalos de ricos y famosos reciben un tratamiento diferente.
Tomando en cuenta lo anterior, podemos afirmar que existen signos bastante claros de que la aporofobia es un problema cultural de larga data, y puede ser analizado desde una amplia variedad de ángulos. Al abordar el tema sin poses “aporofóbicas” podemos apreciar su crudeza y a partir de allí generar la reflexión, haciendo énfasis en nuestro lado más humano.
Hay quienes opinan que la aporofobia es natural y por lo tanto es universal: “rechazamos de manera automática a quienes creemos que no tienen nada que aportarnos”. Me atrevo a opinar que esta es una concepción extremadamente fatalista, que puede además, llegar a ser muy peligrosa para la democracia.
Numerosos estudios dentro del campo de la neurología, afirman que una de las cualidades neurológicas determinantes para la vida en comunidad es la empatía. ¿Y que es la empatía? Es la capacidad de ponernos en lugar de los demás; alegrarnos si el prójimo esta feliz o sentirnos afectados emocionalmente ante el sufrimiento ajeno y en consecuencia accionar de manera solidaria. De acuerdo a esto, la aporofobia es antinatural, de modo que, es altamente probable que el rechazo a los pobres tenga un origen cultural.
En conclusión, es en el medio cultural donde debemos trabajar para evitar todas las formas de segregación. La educación tanto en casa, como fuera de esta, debe orientarnos a reconocer de manera consciente nuestras cualidades humanas, y en base a esto, reaprender a expresar la solidaridad con los semejantes en situación vulnerable, sin considerar el hecho de que sean extranjeros pobres o extranjeros adinerados.
La inclusión del concepto de aporofobia dentro del diccionario es un avance significativo, en tanto que hace oficial, el uso de un léxico que permite nombrar, hacer referencia y visibilizar el “rechazo al pobre” a través de una palabra exclusiva. (Lingüísticamente hablando, sabemos que solo existe aquello que puede ser nombrado.) Y esto es algo que la filosofa española Adela Cortina comprendió muy bien.